Publicado: 19/05/2013 10:24
Dicen que la lectura es una virtud adquirida y no nata. Dicen que la ignorancia sirve para no sufrir. Qué no se dice de la lectura, a pesar de lo poco que se practica. Quizá, la aproximación más útil sea aquella exenta de prejuicios. Decía Saramago: “He leído con placer muchas cosas que no he entendido.”
Y ahí reside la sabiduría: en leer con gusto, sea poco o mucho.
Ni siquiera es necesario leer sólo “buenos” libros; cualquier lector recordará
que en sus inicios leía todo tipo de textos. Son las necesidades del alma las
que lo van llevando a los caminos más lúdicos o más imperiosos para adentrarse
al propio conocimiento o, venturosamente, para comprender su entorno y su
momento histórico.
Incluso las citas
en cómics o películas de baja estofa pueden llevar al curioso espectador a
búsquedas insospechadas para pasar a leer a Lovecraft, a Kierkegaard y a muchos
otros autores importantes que se van mezclando con el grafismo masivo y sus
influencias literarias.
Aunque muchos supongan que todos los humanos somos
merecedores de la sabiduría más esencial y profunda, lo cierto es que no todos
tenemos la destreza perceptiva a partir de lecturas, sencillas o complejas, de
textos sagrados, místicos o sus adaptaciones.
Así como hay niños pésimos para
las matemáticas y excelsos para el tiro al blanco con tachuela, hay lectores que
sentirán llegar al cielo con la literatura rosa y que apenas querrán leer más
allá de la cuarta de forros de los libros de los Premios Nobel. Claro, si esos
abstemios libristas supieran que muchos literatos de Nobel, como Selma Lagerlof
y su carretero de la muerte, son más lacrimógenos que las telenovelas, leerían
otras cosas.
Son muchos los mitos alrededor de la lectura que bien valdría
la pena hacer a un lado, precisamente, para que los reacios dejen de serlo. Las
lecturas filosóficas se eluden porque desde la prueba Enlace los profesores,
entre marcha y marcha, quieren cerciorarse de que los pequeños lectores
entienden todo al cien por ciento. Hay varios tipos de conocimiento, aparte del
cognoscitivo.
Incluso las lecturas de problemas matemáticos llaman a la
imaginación y entre razonamientos númericos la mente puede despertar a
posibilidades insospechadas. ¿Qué importa no comprender la poesía de Milton si
con ello accedo a otras áreas de mi mente?
Emparejado a este mito de la
comprensión como presupuesto para la mejoría mental y espiritual, baste señalar
que los cultos no son mejores personas que los iletrados, y que los
intelectuales tampoco son necesariamente más útiles a la sociedad que los
expertos en saberes técnicos.
La mayoría de los dirigentes nazis eran personas
muy lectoras, que comprendían cabalmente a los grandes pensadores europeos y que
se nutrían del arte más refinado (de Wagner para arriba: saqueaban museos por
motivos no económicos) y nadie podría justificar las atrocidades cometidas.
Lo difícil resulta el primer acercamiento a la lectura. Como
los educadores oficiales suponen que los niños y jóvenes no volverán a leer en
la vida, pretenden darles cápsulas que germinen permanentemente y sólo logran el
efecto contrario.
¿Quiere lectores? No le deje leer el Quijote a un
niño de primaria. A menos, vaya optimismo, que el profesor esté capacitado para
explicarlo a nivel infantil y divertir a los alumnos para llevarlos a la propia
decisión de buscar algo que los entretenga y que los enganche a esa y a otras
obras.
El reto escolar es mostrar el infinito catálogo de lecturas propicias
para cada edad y para cada preferencia literaria. La instrucción académica debe
partir del supuesto de una niñez que merece ser tratada como lectora capacitada,
no un mera depositaria de la visión oficial o profesoral, suponiendo que el
instructor la tenga.
Muchos textos del siglo xix serían la diversión de niños.
Los olvidados textos del Tarzán, de Burroughs (iniciados hace un siglo,
en 1912), que pudieran clasificarse como infantiles, llegan a tener violencia y
sadismo como para complacer a cualquier adolescente seguidor de la nota roja.
Claro, la oferta de lectura no es exclusiva de las escuelas. Sin duda, el
ejemplo paterno influye al menor para que éste suponga que es normal estar ante
un libro y no ante una televisión; que puede ser más útil acceder a los libros,
incluso con el riesgo de que puedan ser decepcionantes, que navegar por Youtube
en busca de animales divertidos.
Poco puede hacerse por la lectura cuando se asume como
intemporal y con valores propios que no exigen hacerla compaginable con el
momento que viven los niños que se busca hacer lectores. Para la oficialidad, lo
mismo deben leer los infantes de un Estado con decenas de narcos muertos a
diario, que otro donde son tan aislados esos asesinatos que apenas se
publicitan.
Los valores de los forjadores de la patria son los mismos por
generaciones, a pesar de que las referencias históricas y legales van cambiando.
¿Cómo insertar el discurso de los derechos humanos constitucionales en las
lecturas históricas donde se enarbola el sufrimiento causado por
independentistas y conquistadores? ¿Cómo llevar a la lectura de Poe o de
Quiroga, cuando internet ofrece datos y textos que sí hacen eco del miedo y la
inseguridad infantil, mientras que los programas públicos ni siquiera mencionan
la violencia generalizada?
El problema de la lectura es no comprender que su
oferta debe actualizarse para públicos que en su computadora pueden acceder a
bibliotecas enteras en busca de respuestas para lidiar con el miedo a lo
inmediato y el sufrimiento apabullante de saberse a merced de fuerzas sin
contraparte. Se denuestan los libros de autoayuda y cómo pueden ser contrarios a
los fines de la ética y el desarrollo personal, pero sirven a la lectura y al
lector.
Será la subjetividad el punto de partida para decidir qué
lectura nos hará felices. Si en el intermedio logramos ser mejores personas, ya
será un logro. Al final, lo que importa es leer. Nos queda confiar en que cada
quien encuentre sus mejores caminos.
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