Héctor ha dejado de lado vivir las experiencias de juventud.
Ver a su padre en la cárcel, única imagen que tiene desde los 4
años.
Emir Olivares Alonso. Periódico La Jornada. Lunes 23 de septiembre de 2013, p.
19.
El amor por su padre lo ha orillado a dejar a un lado las
experiencias de juventud. A los 12 años de edad, Héctor Patishtán –hijo del
profesor tzotzil Alberto Patishtán Gómez, sentenciado a 60 años de prisión por
el asesinato de siete policías en el municipio El Bosque, Chiapas– se convirtió
en uno de los principales activistas por la liberación del educador.
Uno no lo elige, pero está en esto (...) Uno por su padre haría todo. Creo que si otra persona estuviera en mi lugar haría lo mismo por el amor a su padre, afirma en entrevista con La Jornada antes de regresar a Chiapas para continuar con su lucha y ver de nuevo a su progenitor, quien desde hace 13 años está encarcelado debido a un proceso
irregular, como lo han denunciado diversas organizaciones nacionales e internacionales.
Héctor, hoy de 17 años de edad, no tiene otra imagen de su papá que no sea
tras las rejas.
Desgraciadamente no recuerdo nada de él cuando estaba afuera. Desde que tengo memoria siempre lo he visto en la cárcel.
Cuando el profesor tzotzil fue aprehendido, su hijo menor apenas tenía cuatro
años de edad. Trece años ha sufrido su ausencia, toda una vida sin padre.
Mi mamá sufría mucho, no encontraba dónde conseguir algo para mantenernos. Ha sido muy difícil. Un niño normal crece junto a su papá, convive con él, pero en mi caso dormía sin él, estaba sin él.
La ausencia de su padre no fue lo único que enfrentaron él y su hermana
Gabriela (cuatro años mayor). Un día, su madre los abandonó.
Cuando yo tenía ochos nos dejó, creo que fue por la desesperación, no sé cuál haya sido el motivo, pero fue un golpe muy duro. Fue otra etapa difícil, dos niños sin mamá ni papá cómo iban a sobrevivir. A veces, por las noches lloraba y me daba cuenta que estaba solito. Pero eso también nos ha dado fuerza. Pese a ello, asegura no guardar ningún resentimiento a su mamá.
Gracias al esfuerzo de sus abuelos maternos él y su hermana pudieron salir
adelante con muchas dificultades. Hoy Héctor sabe trabajar el campo, pero
también asiste al tercer semestre de bachillerato, lo que tuvo que suspender
para sumarse a las actividades que el Comité por la Libertad de Alberto
Patishtán realizó en la ciudad de México, como parte de la campaña para
excarcelar al profesor.
Aunque el pasado 12 de septiembre el primer tribunal colegiado del vigésimo
circuito con sede en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, declaró infundadas las pruebas
con las cuales los abogados del indígena tzotzil pretendían obtener su
reconocimiento de inocencia.
Estoy un poco recuperado después de ese golpe, dice con una tristeza que emana desde una mirada oculta detrás de su tez morena y sus facciones aún de niño. De un niño que desde hace años ha participado en actividades poco comunes para un adolescente: mítines, marchas, huelgas de hambre, conferencias, visitas a tribunales. Debido a esta lucha, en segundo plano han quedado las fiestas, la escuela, los amores o el trabajo en el campo... Su juventud.
Yo no vivo tan normal. Hoy los chavos se la pasan relajeando y echando desmadre; no digo que esté mal, pero hay que hacer las dos cosas.
Cuando está
sin hacer, como llama a las actividades que no se relacionan con la liberación de Alberto Patishtán, Héctor acude al campo de futbol. Esta experiencia de vida lo ha llevado a conocer la solidaridad, a ser agradecido, pero sobre todo a tener claros dos objetivos para los próximos cinco años: que su padre sea liberado y convertirse en un abogado que luche por los derechos humanos, para evitar que casos como éste se repitan.
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