Algo nuevo acontece estos días entre los trabajadores de la educación. La explosión de su descontento en contra de la reforma educativa no es una repetición mecánica de sus viejas gestas. Su incontenible presencia en las plazas públicas de casi todo el país retoma la experiencia de sus luchas pasadas, pero no lo hace como una mera continuidad de sus movilizaciones tradicionales. En su actual ciclo de protestas hay una ruptura con su dinámica usual. Vivimos algo inédito y excepcional: se despliega una nueva primavera magisterial.
El agravio central que desencadena esta oleada salvaje de protestas es la
modificación de su estatuto laboral que, de la noche a la mañana, cancela
conquistas centrales como la estabilidad y la permanencia en el empleo.
Súbitamente, sin consultarlos, burlándose de su disposición al diálogo y la
negociación, el Ejecutivo, el Pacto por México y la mayoría de los legisladores
decidieron sobre las vidas de profesores y los lanzaron a la incertidumbre y a
la precariedad profesional.
La aprobación de la reforma educativa estuvo precedida de una humillante
campaña, intensificada a raíz del inicio de las acciones de resistencia de los
docentes, que lastimó su dignidad y abrió una profunda herida. Se les ofendió y
difamó. Con un odio de clase apenas disimulado, organismos empresariales y
televisoras los exhibieron ante la opinión pública como trabajadores
privilegiados, ignorantes, flojos y abusivos con los niños, que tienen
secuestrada la enseñanza. El resentimiento que nace de esa injuria y que demanda
la reparación del daño se ha convertido en un poderoso combustible que alimenta
la movilización de los mentores.
La actual oleada de lucha magisterial ha tenido dos etapas distintas. La
primera, de movilización escalonada de los maestros más politizados,
protagonizada por la disidencia sindical histórica, que se identifican como
trabajadores de la educación y diferencian claramente los nacional-popular de lo
estatal. Y, la segunda, de desbordamiento, detonada por la exitosa convocatoria
a la
insurgencia magisterialdel pasado miércoles, caracterizada por la incorporación a las protestas de profesores que se ven a sí mismos como
servidores públicosprotegidos por el Estado, identifican lo nacional-popular con lo estatal, y laboran de entidades controladas hasta hace poco por líderes sindicales institucionales.
Antes aún de que se aprobara la nueva normatividad, la disidencia histórica
la caracterizó como una contrareforma no educativa, sino laboral y
administrativa, lesiva a los intereses del magisterio. Por turnos, en sucesivas
oleadas, sus bastiones principales, en Guerrero, Michoacán, Oaxaca y Chiapas,
interrumpieron labores y tomaron la calles masivamente desde abril de este año.
Simultáneamente, sus activistas en el resto del país se dedicaron a esclarecer
la naturaleza de las modificaciones constitucionales y a preparar las
condiciones para la acción de masas.
En cambio, el magisterio
institucionalaguardó primero a ver el resultado de las leyes secundarias, y, cuando constató su carácter punitivo, explotó, por lo pronto, de manera localizada en algunos estados. Su reacción es producto, entre otros factores, de la indignación y el despecho. La reforma educativa rompió, de manera unilateral y arbitraria, el pacto existente entre Estado y profesores. De la noche a la mañana, el Estado los dejó en la
orfandad, sujetos a las fuerzas del mercado y al autoritarismo de los funcionarios educativos. Peor aún, les declaró la guerra. Para muchos de ellos, provenientes del normalismo, que es una profesión de Estado, esto fue traición desconcertante.
El encarcelamiento de Elba Esther Gordillo y la designación de Juan Díaz de
la Torre como su relevo al frente del Sindicato Nacional de Trabajadores de la
Educación (SNTE) fracturaron los mecanismos de control gremial y abrió grietas,
a través de las cuales emergió en muchos estados el descontento magisterial.
Absolutamente subordinado al gobierno federal, sin rumbo, rebasado por los
acontecimientos, Juan Díaz perdió capacidad de operación política ante la crisis
en curso. Su labor se ha limitado a expresar el apoyo sindical a la reforma y a
viajar por el país para advertirles a los dirigentes seccionales que deben
sumarse a ella, pues, de no hacerlo, el gobierno, que cuenta con sendos
expedientes en su contra, puede encarcelarlos en cualquier momento.
Las luchas faccionales dentro de la dirigencia nacional del sindicato han
facilitado el surgimiento de una nueva disidencia. En Nayarit, por ejemplo,
marcharon entre 17 y 20 mil maestros contra la reforma educativa. Allí Juan Díaz
envió como delegado a Miguel Ángel Islas, antiguo secretario particular de Elba
Esther Gordillo, para contrarrestar el cacicazgo de Liberato Montenegro y su
hijo Gerardo, aspirante a sucederlo al frente del SNTE. En medio de esa bronca
se abrió paso la revuelta docente.
El huracán magisterial azota todo el país. Dos hechos son claves para
elaborar una cartografía que de cuenta de su paso y sus orígenes. Uno es la
lucha nacional contra las reformas al ISSSTE en 2007, que tuvo en Chihuahua
episodios ejemplares. Otro es la movilización nacional para rechazar la Alianza
para a Calidad de la Educación en 2008, relevante en estados como Quintana Roo,
Puebla, Tlaxcala y Zacatecas. Muchas de las entidades que hoy se incorporan a la
protesta contra la reforma educativa fueron protagonistas claves de la
resistencia en contra de ambas iniciativas.
También desempeñan un papel en esta nueva primavera magisterial los núcleos
adscritos al Comité Ejecutivo Nacional Democrático, y un archipiélago de
sindicatos magisteriales diferentes del SNTE, algunos, como los veracruzanos,
con una larga historia tras de sí, y otros de reciente creación.
A cada rato, distintos funcionarios y analistas anuncian el inminente fin del
conflicto. No ha sucedido así. Por el contrario, cada día que pasa el movimiento
crece. Por lo pronto ya se empalmó con la lucha contra la privatización
petrolera. El huracán magisterial es un genuino acontecimiento político.
Twitter: @lhan55
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